El 13 de agosto del 1961, empezó la construcción del “muro de Berlín” en Alemania. Medía 3.6 metros de altura y tenía una extensión de 43.1 kilómetros.
Dividía a Berlín Occidental de Berlín Oriental, fue un símbolo de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética que fue derribado en el 1989. Contaba con un perímetro total de 155 kilómetros, y era la frontera entre la parte del Este, dominada y nombrada por los soviéticos como República Democrática Alemana, y la parte Oeste o República Federal de Alemania.
Este muro, calificado por muchos como “muro de la vergüenza”, no solamente se prestó para separar a las personas por sus ideologías políticas, económicas o sociales; también separó familias, dividió corazones y hundió a todo un país en las profundas y oscuras aguas del odio y el rencor. Cientos de personas murieron tratando de burlar la seguridad para cruzar el muro, para unirse a sus amigos y familiares; o simplemente para escapar de un régimen opresivo.
Pero otra clase de muro podría estar aislándonos de una vida de libertad mucho mejor, con mejores propósitos e innumerables bendiciones. Luchemos por no separarnos de Dios, ni aquí, ni en la eternidad. Y si ya estamos separados, derribemos ese muro, aunque sea desmontando uno a uno los ladrillos del orgullo, la indiferencia, el temor, la vergüenza, etc.; para poner fin a esta guerra fría entre nosotros y nuestro amoroso Padre celestial.
“He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír.” (Isaías 59:1,2)