El 12 de agosto del 490 a.C., ocurrió la batalla de Maratón en Grecia, a pocos kilómetros de Atenas. Los griegos vencieron a los invasores persas.
De allí surge la historia que muchos siglos después inspiró la carrera de larga distancia que hoy se conoce como “la maratón”. La leyenda cuenta que dos días después de la batalla, Filípedes corrió 42 kilómetros desde Maratón hasta Atenas para dar el mensaje “¡Hemos vencido!”. Y luego de pronunciar estas palabras, murió, producto del agotamiento extremo.
Hoy sabemos que este relato contiene elementos que se riñen con la verdad, y que el recorrido de Filípides en realidad fue desde Atenas a Esparta para pedir ayuda. No obstante, nos ayuda a meditar en el resultado final de una batalla y de una carrera mucho más larga: nuestra propia vida.
Después de tanto batallar con tantas cosas, de recorrer por tanto tiempo este camino de existencia terrenal, ¿cuál será el resultado de nuestra propia batalla? ¿Cuál será la última frase que pronuncien nuestros labios? Para algunos, el resultado final es un triunfo indiscutible sobre la adversidad, sobre el pecado y sus consecuencias. Para otros, es la pérdida total de una esperanza eterna.
Que Dios nos ayude a poder decir al final “¡Hemos vencido!”, mientras recordamos las palabras del apóstol Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.” (2Timoteo 4:7,8).